miércoles, enero 29, 2014

El adiós...

El doctor me llevó a su casa y me puso una aguja en mi pata. Me dijo que me acostara y que estuviera tranquila. Me siento muy cansada y ahora también me duele la cabeza.
Pude dormir un rato después de mucho tiempo. El doctor me revisa y me habla con mucha calma, me hace sentir bien.

“Si estás muy enferma perrita” me dijo y yo solo quería ver a mi humano ¿lo volveré a ver? Me empecé a angustiar por eso. Sentía que lo tenía que esperar.

Dormí otro rato y cuando desperté lo olí. Me incorporé para que no me viera mal y lo esperé por unos momentos que me parecieron eternos.
Entró al cuarto y me abrazó, creí que el corazón se me iba a salir del cuerpo de la emoción: ¡Vino por mí! y pude mover un poco la cola.
Cuando vi que el doctor lo consolaba supe que no me iba a ir. Mi humano estaba triste, muy triste. Jamás lo vi así antes y no me gustaba, así que le di un beso, aunque sé que a él no le gustaba que lo hiciera.

El doctor salió del cuarto y mi humano platicó un rato conmigo. Recordamos cuando fuimos a la playa, como nadamos juntos en el mar y cuanto disfrutamos estar todos juntos en familia esos días. Recordamos cuando fuimos a la sierra y yo lo ayudé a cargar leña para la fogata. Hacía mucho frio en la noche y me cargó y cobijó así de pesada como soy.
Me dijo lo feliz que lo había hecho, lo agradecido que estaba por haberlo despertado aquella vez en que tuvimos la fuga de gas y que él se quedó desmayado. Me dio las gracias a nombre de toda su familia mientras me acariciaba. Ya no estaba angustiada, sabía que mi trabajo estaba hecho y que había logrado hacerlo tan feliz como el me hizo a mí por tantos años.

Mi humano siempre fue todo para mí. No conocí a mi mamá ni a mi papá o al menos no los recuerdo, siempre fue él quien estuvo conmigo siempre. Me daba de comer, jugaba conmigo, me regañaba cuando hacía cosas malas y me consentía.

¡Qué buena vida tuvimos! No la cambiaría por toda la comida del mundo. Y todos saben cuánto me gusta la comida. Nuestra vida cambió gracias a ambos, viví en muchas casas y estuve con él siempre. ¡Hasta un cachorro tuvo!
Me hubiera gustado ser joven cuando nació su cachorro para poder jugar con el cómo jugué con su papá, pero me dio gusto conocerlo y verlo crecer aunque sea un poco.
Sé que me gané el corazón de la mujer de mi humano, sobre todo en los últimos días. Sé que cuidará bien de mi amigo.

El tiempo pasaba y seguíamos recordando nuestras aventuras en el frio metal donde estaba acostada. Me acomodó mi “cobija apestosa” como él le decía y me dio una sorpresa… ¡Un chocolate! Toda mi vida quise probarlo, solo lo olía y me imaginaba lo delicioso que podría ser y en verdad lo era. Solo comí un pedazo pues me dolía mi panza pero me gustó mucho el sabor que me quedó. ¡Me siento feliz!
Después de un rato, entró el doctor y me puso más medicina en la aguja. De repente el dolor se empezó a ir, ¿me habré curado? ¡Pero tengo tanto sueño!

Bostezo mientras mi humano me dice que voy a estar bien y que el también. Tengo tanto sueño que me cuesta trabajo tener los ojos abiertos pero quiero seguir con él. Como siempre. Como toda mi vida.
El doctor le dijo que sería mejor que saliera porque no me quiero “ir”. ¿Cómo me voy a querer ir de donde lo tengo todo? ¿Cómo me voy a querer ir si me dio un chocolate? ¿A dónde me tengo que ir?

Mi humano salió del cuarto. Ya no puedo más con el sueño y recargo mi cabeza en mi cobija. Poco a poco cierro los ojos y creo que voy a descansar muy bien pues el dolor ya se fue por fin.

Y de repente. Silencio. Nada. No más dolor, no más angustia. Entró mi humano y el doctor le dijo: “ya está descansando”. Mi humano me abraza y yo ya no me puedo mover. Ahora me incorporo rápidamente, me siento ligera… ¡Soy joven de nuevo! ¡Qué felicidad! Tengo frente a mí un grandísimo jardín con multitud de cosas para oler y pelotas: ¡muchas pelotas y juguetes para morder!. También hay muchos árboles donde puedo sentarme a disfrutar de la sombra y ¿por qué no? Hacer del baño. Tengo mucho trabajo que hacer, marcar mi territorio en un terreno tan grande no será tarea fácil pero algo me dice que voy a tener mucho tiempo.

Corro y corro y corro otra vez feliz por tener de vuelta mi energía y juventud. De repente me doy cuenta que cerca está el árbol donde me gustaba acostarme. Ese árbol que estaba cerca de mi casa y donde iba con mi familia a jugar, o más bien, donde yo me acostaba mientras Aretha corría y corría como ahora puedo hacerlo yo. Me acerco a mi árbol feliz cuando veo que hay una sombra. 

Es mi humano ahí recargado, triste. Voy con él para que vea que he vuelto a su lado pero no me ve, le ladro pero no me oye. Lo único que puedo hacer es recargarme en su corazón y tratar de hacerle entender que tiene que levantarse para ir a su casa. Después de un rato, parece entenderlo. Se levanta y se va. Parece que no lo dejaré de cuidar después de todo.

Mi amigo me necesita. Después de todo, solo es un humano. Y a los humanos les cuesta mucho ser felices. Solo espero que encuentre el cofre que dejé con más aventuras que nunca puse aquí.

¡Qué vida tuvimos juntos! ¡La mejor que un perro puede desear!.


FIN.

Algo anda mal...

Me he sentido muy mal. Me duele todo, hasta respirar.
Me han llevado con 2 veterinarios pero no me he curado. Hoy vendrán por mi para internarme.

Me preocupa dejar solo a mi humano, se que todavía me necesita. Además, Aretha estará muy triste sola todo el día.

Quisiera tener las fuerzas para jugar como antes, ya no puedo ni sostenerme, solo puedo ir por agua con mucha dificultad. Ya no tengo hambre.

Llegó el doctor por mi. Espero estar bien, ya estoy muy cansada pero no ha terminado mi función en la tierra.

domingo, enero 05, 2014

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